Hasta luego, poeta
TEGUCIGALPA.- Envueltas en luto riguroso, las letras hondureñas acompañaron hasta su postrer morada a su mayor exponente, el poeta universal Roberto Sosa, quien tras expirar fue sepultado ayer en Jardines de Paz Suyapa, con todos los honores que su vida ejemplar y obras merecían.
El laureado escritor hondureño, luego de nacer el 18 de abril de 1930, en Yoro, falleció a sus 81 años de edad a eso de las 2: 30 de la madrugada del lunes anterior víctima de un fatal infarto, en un centro asistencial de la capital.
Le sobreviven su esposa María Lidia y sus hijas Blanca Leonor y Diana, procreadas a lo largo de más de 50 años de feliz matrimonio, quienes ayer lloraron la partida sin retorno del eminente hombre de letras.
A Roberto Sosa Murillo, su nombre de pila, hace unos días se le otorgó el premio Rafael Alberti, concedido por España y Cuba, el cual será entregado en forma póstuma el próximo sábado en La Habana.
Desde el lunes anterior, el cuerpo del autor de “Los Pobres” y de un “Mundo para todos dividido”, que su prolífica pluma dejó, estuvo en capilla ardiente en el auditorio de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) por donde desfilaron en su mayoría literatos, escritores, intelectuales y pueblo en general a fin de darle el último adiós al escritor de la proverbial boina negra y barba blanca.
En las primeras horas de ayer, el presidente Porfirio Lobo y el alcalde capitalino, Ricardo Alvarez, entre otros, presentaron sus condolencias a la familia doliente y lamentaron el deceso del caballero de la poesía.
El velatorio estuvo enriquecido además por participaciones de poetas y otros artistas que rememoraron con su lectura valiosos fragmentos de sus obras más insignes. También se ofrecieron recitales de artistas nacionales.Hasta el cielo fue benigno con los dolientes pues bajo un clima favorable, a eso de las 9: 00 de la mañana el cortejo fúnebre partió de la UNAH hasta la ermita de Suyapa --atrás del santuario-- donde se le ofició una misa de cuerpo presente.
El vicario de la pequeña iglesia, Víctor Ruiz, celebró la eucaristía durante la cual exaltó la vida y obra de uno de los más preclaros hijos de esta Honduras irredenta y digna de mejor suerte.
“Señor te rogamos por el descanso de quien en vida fuera nuestro hermano Roberto”, pidió en su homilía el religioso, tras asegurar que hombres como él no mueren, pues su recuerdo vive para siempre.
Luego de la ceremonia luctuosa, el féretro fue trasladado hasta el campo santo, donde continuaron las pompas fúnebres en memoria del último genio de la literatura hondureña y de talla ecuménica.
También al borde de la sepultura se leyeron sendos acuerdos de duelo, y artistas del pensamiento le rindieron tributo, con profundas y sentidas participaciones.
A Roberto Sosa Murillo, su nombre de pila, hace unos días se le otorgó el premio Rafael Alberti, concedido por España y Cuba, el cual será entregado en forma póstuma el próximo sábado en La Habana.
Desde el lunes anterior, el cuerpo del autor de “Los Pobres” y de un “Mundo para todos dividido”, que su prolífica pluma dejó, estuvo en capilla ardiente en el auditorio de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) por donde desfilaron en su mayoría literatos, escritores, intelectuales y pueblo en general a fin de darle el último adiós al escritor de la proverbial boina negra y barba blanca.
En las primeras horas de ayer, el presidente Porfirio Lobo y el alcalde capitalino, Ricardo Alvarez, entre otros, presentaron sus condolencias a la familia doliente y lamentaron el deceso del caballero de la poesía.
El velatorio estuvo enriquecido además por participaciones de poetas y otros artistas que rememoraron con su lectura valiosos fragmentos de sus obras más insignes. También se ofrecieron recitales de artistas nacionales.Hasta el cielo fue benigno con los dolientes pues bajo un clima favorable, a eso de las 9: 00 de la mañana el cortejo fúnebre partió de la UNAH hasta la ermita de Suyapa --atrás del santuario-- donde se le ofició una misa de cuerpo presente.
El vicario de la pequeña iglesia, Víctor Ruiz, celebró la eucaristía durante la cual exaltó la vida y obra de uno de los más preclaros hijos de esta Honduras irredenta y digna de mejor suerte.
“Señor te rogamos por el descanso de quien en vida fuera nuestro hermano Roberto”, pidió en su homilía el religioso, tras asegurar que hombres como él no mueren, pues su recuerdo vive para siempre.
Luego de la ceremonia luctuosa, el féretro fue trasladado hasta el campo santo, donde continuaron las pompas fúnebres en memoria del último genio de la literatura hondureña y de talla ecuménica.
También al borde de la sepultura se leyeron sendos acuerdos de duelo, y artistas del pensamiento le rindieron tributo, con profundas y sentidas participaciones.
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VIAJE
Tras agradecer todas las muestras de solidaridad, Néstor Sosa, uno de sus nietos preferidos, y Diana, su hija, describieron parte del carácter y personalidad de su guía.
Recordaron que el poeta siempre pensaba más en el bienestar de la familia que en el propio. Jamás dejó de trabajar y todavía tenía en mente concretar muchos proyectos.
“Papá, nos quedaste debiendo un viaje a Amapala que nos prometiste a todos, pero siempre iremos, pues sabemos que nos vas a acompañar. Descansa en paz mi viejo lindo”, exclamó su hijo político de nombre Adrián, poco antes de romper en llanto sobre el ataúd del adalid y defensor de los pobres.
También destacó el hecho que han recibido condolencias de personas de todos los estratos sociales, ideológicos y políticos, lo que reflejó el don de gente del poeta, quien fue capaz de unir hasta la hora de su muerte a todos.
En medio de sollozos, Diana con la vista puesta en los restos del gran conductor de las generaciones intelectuales del país, le dijo: “padre te amo, aquí estamos todos los que te queremos, tus amigos de infancia. Te cuidaremos a mi mamá. Que tengás buen viaje, papá”.
Poco a poco, en el fondo de la fosa fueron desapareciendo los restos del poeta para convertirse en polvo de estrellas, del que están hechos todos los elegidos. Que la tierra le sea leve
Tras agradecer todas las muestras de solidaridad, Néstor Sosa, uno de sus nietos preferidos, y Diana, su hija, describieron parte del carácter y personalidad de su guía.
Recordaron que el poeta siempre pensaba más en el bienestar de la familia que en el propio. Jamás dejó de trabajar y todavía tenía en mente concretar muchos proyectos.
“Papá, nos quedaste debiendo un viaje a Amapala que nos prometiste a todos, pero siempre iremos, pues sabemos que nos vas a acompañar. Descansa en paz mi viejo lindo”, exclamó su hijo político de nombre Adrián, poco antes de romper en llanto sobre el ataúd del adalid y defensor de los pobres.
También destacó el hecho que han recibido condolencias de personas de todos los estratos sociales, ideológicos y políticos, lo que reflejó el don de gente del poeta, quien fue capaz de unir hasta la hora de su muerte a todos.
En medio de sollozos, Diana con la vista puesta en los restos del gran conductor de las generaciones intelectuales del país, le dijo: “padre te amo, aquí estamos todos los que te queremos, tus amigos de infancia. Te cuidaremos a mi mamá. Que tengás buen viaje, papá”.
Poco a poco, en el fondo de la fosa fueron desapareciendo los restos del poeta para convertirse en polvo de estrellas, del que están hechos todos los elegidos. Que la tierra le sea leve
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