Miseria y altruismo se mezclan en fríos pasillos de Hospital Escuela
Última actualización el Sábado, 13 de Agosto de 2011 20:40 Sábado, 13 de Agosto de 2011 20:33
TEGUCIGALPA, Honduras.- Esperando que amanezca para irse a su lugar de origen, luego de un largo y cansado día en el Hospital Escuela, Marcos López y su hijo añoraban el amanecer, mientras se acomodaban en una de las columnas del principal centro asistencial del país para descansar y engañar al estómago que les pedía comida.
Sentados, justo al frente de las oficinas del departamento de Relaciones Públicas del sanatorio, aparentemente ignorados por los que transitan el lugar, López mira a su hijo y con vos pausada y suave le recomienda que se quite la mochila porque ese será el lugar donde pasarán la noche.
Con su origen humilde, reflejado en su vestimenta y con notorio agotamiento porque su retoño Marlon Raúl López, de nueve años, estuvo interno en el Materno Infantil, el padre mira fijamente a una persona que se le acerca y con una expresión de timidez le dice “es que tenía interno a mi hijo y lo sacaron (le dieron el alta) tarde”.
Al preguntarle por qué estaba en el hospital a pesar que eran las ocho de la noche, padre e hijo cruzan miradas para explicar que no tenían donde ir.
Estos hondureños, oriundos del municipio de La Paz, del departamento que lleva ese mismo nombre, aseguraron que siempre que visitan el sanatorio se quedan en el interior, porque no tiene lugar dónde quedarse y mucho menos dinero para pagar un hotel.
“Es que no tengo dinero para pagar y nos vamos a quedar aquí; no es la primera vez, ya he venido con mi mujer y otro niño y pasa lo mismo”, manifestó López explicando que su hijo tiene problemas en el pie derecho, mientras pasaba su mano derecha por la extremidad de su vástago.
UNA MANO AMIGA
Un destello de alegría se miró en sus ojos, y no era para menos, ya que un grupo de personas que cargaban una hielera llamó la atención de ambos cuando sacaron de ella varios platos de comida que repartieron en el sanatorio.
Un destello de alegría se miró en sus ojos, y no era para menos, ya que un grupo de personas que cargaban una hielera llamó la atención de ambos cuando sacaron de ella varios platos de comida que repartieron en el sanatorio.
Con disimulo destaparon la comida y se encontraron con un delicioso arroz con pollo y tres tortillas de maíz que les dio una amable mujer de aproximadamente 45 años, miembro de una iglesia de la capital que no quiso decir su nombre.
“No queremos que se den cuenta los medios, lo que hacemos, lo hacemos para Dios no para que nos miren; venimos una vez por semana, no nos vayan a publicar por favor”, exclamó un hombre alto, de contextura fornida y piel trigueña.
“Con esto amanecemos hasta mañana”, afirmó el humilde padre, quien aseguró que no habían comido y que tenían pensado engañar al estómago tratando de dormirse para no sentir hambre.
“Mañana me regreso a mi lugar (La Paz), tengo que ir a trabajar para darle de comer a la familia”, dijo López, un pequeño agricultor de papas, café y una que otra verdura, cuando se le preguntó el día que retornaría a la tierra que lo vio nacer.
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