Tras ser torturado, el hondureño Reyes Ardón aceptó haber asesinado a una mujer

lunes, 12 de septiembre de 2011

Tras ser torturado, el hondureño Reyes Ardón aceptó haber asesinado a una mujer



Sentenciado a 44 años de cárcel, narra el linchamiento mediático y el proceso que encara

Sanjuana Martínez, Especial para La Jornada, 11 de septiembre de 2011, p. 10
Saltillo, Coahuila. Han pasado casi dos años y Reyes Gustavo Ardón Alfaro, de nacionalidad hondureña, recuerda con precisión la forma en que policías ministeriales lo torturaron para que aceptara el asesinato de Perla Judith Quintero.
Tras todo tipo de tormentos, incluido el ahogamiento con bolsa de plástico, Reyes Gustavo finalmente cedió y aceptó un homicidio que no cometió: “Quedé inconsciente, tirado; ya no sentía el cuerpo de tanto dolor; le dije a Dios: ‘Ya no puedo’. Me quería morir, quería que terminara. De pronto apareció ante mí, la imagen de mis hijos: era como un video. También pasó el rostro de mi mamá, de mi esposa y me dije: quiero volver a verlos, aunque sea encerrado, en prisión. No quiero morir. No soporté más la tortura. Pensé que estaba muerto. Cuando recobré el conocimiento, dije: ‘Sí, yo fui’.
Foto
Reyes Gustavo Ardón Alfaro durante la charla Foto Sanjuana Martínez

Ardón Alfaro está sentado frente a un escritorio; lleva una Biblia en la mano, usa pantalón gris y camisa celeste a rayas; va impecablemente peinado y llora sin poder contenerse. Los guardias de la prisión de Saltillo le permitieron hablar en el rellano de las escaleras que conducen a las celdas de los internos: Es difícil imaginar que me voy a quedar aquí 44 años. El juez se los dio a mi carne, pero mi espíritu cree firmemente que voy a salir libre. Dios sabe cuándo, Dios está conmigo. Voy a seguir alzando mi voz porque soy inocente. Confío en la justicia mexicana, confío en México, sigo queriendo a México.
Las muestras de xenofobia han sido constantes: Tu eres hondureño, eres una mierda. Los hondureños son basura, no valen nada, son unos perros, le soltó el policía con el primer puñetazo en las costillas. Luego de la tortura siguió una larga campaña de linchamiento mediático y de xenofobia contra él y los centroamericanos en general que pasan por la ciudad rumbo a Estados Unidos y son hospedados en Belén Posada del Migrante de Saltillo.
A Ardón Alfaro le violaron todas sus garantías individuales, además de la tortura que padeció en las oficinas ministeriales. No le permitieron hacer una llamada telefónica, ni pudo hablar con el consulado de su país. El juez que lo condenó, Adrián González Hernández, no acudió a las audiencias. Pese a que la Comisión Internacional contra la Tortura, Amnistía Internacional y la Federación Internacional para la Abolición de la Tortura, tomaron su caso y certificaron la clara existencia de tortura, el juez no halló evidencia para acreditarla.
Lo único que pido es justicia; que busquen e investiguen a los dos asesinos de la señora, que se haga justicia, dice con impresionante serenidad.
Asesinato sin móvil
Reyes Ardón conoció en 2004 al empresario Anuar Charvel Romo perteneciente a una de las familias de abolengo de Coahuila. Iba rumbo a Estados Unidos y se quedó en Saltillo unos días. Trabajó en una maquiladora de Charvel (pantalones de mezclilla para mujer). Le pagaba 400 pesos a la semana por ser indocumentado. Trabajaba de 7 de la mañana a 8 de la noche; los mexicanos recibían 600 pesos.
Volvió a Honduras de urgencia para atender a su madre enferma. Si algún día deseas volver, aquí te espero para trabajar, le dijo el dueño. En 2009, tras el golpe de Estado en Honduras, hizo nuevamente contacto con esa familia; esta vez con Emilio Charvel Romo para solicitar empleo: “Tuve muchas pláticas con Emilio por Internet y me dijo que me viniera. No me ayudaron con el pasaje, sólo tenía mil lempiras y llegué hasta Guatemala. Y de allí a puro ride [aventón] hasta Chiapas, donde agarré el tren. Me costó un mes llegar a Saltillo. Pero tenía una esperanza fija”.
En Querétaro le envío un mensaje a Emilio, quien le dijo que andaba en Toronto, Canadá: Le pregunté si me podía ayudar a llegar a Saltillo porque había sufrido mucho en el camino aguantando hambre. Andaba todo quemado por el sol con los labios reventados. Le dije: no traigo ni un peso. Él me respondió que no me podía apoyar, que le echara ganas hasta Saltillo.
En septiembre de 2009 empezó a trabajar. Emilio Charvel Romo le ofreció trabajo haciendo remodelaciones en su casa. Laboraba 12 horas; de las 6 a las 18 horas. El sueldo era el mismo: 400 pesos a la semana. No le daba comida ni ningún beneficio. El día de paga su patrón tenía que darle los 400 pesos acordados, pero sólo le dio 250 pesos, argumentando que no tenía más. Para colmo, le señaló que no volviera a trabajar hasta después de 15 días. Cuando sucedió el crimen tenía tres días pintando la casa.
Reyes estaba pintando cuando vio dos sombras pasar por el pasillo: Cuando volteo atrás veo un hombre un poco más alto que yo, que venía sobre mí, con un cuchillo en la mano. Trato de reaccionar y le quito el cuchillo. Él me dio una patada y me cortó la mano.
Muestra la cicatriz donde perdió la movilidad de tres dedos: El hombre me siguió agrediendo, tirándome cuchilladas y me rajó un dedo de la otra mano. Forcejeando con él, lo tiré a la escalera. Fue cuando me di cuenta que había otro hombre en la cocina con la sirvienta quebrando trastos y forcejeando con ella.
Reyes vio perfectamente el rostro de los dos asesinos, recuerda cómo iban vestidos. El que atacaba a la sirvienta vestía camisa blanca y pantalón de mezclilla y el que lo atacaba a él, camisa gris y pantalón de mezclilla: Los recuerdo muy bien, no olvido su imagen porque traían la cara descubierta.
La patrona trabajaba en su oficina donde tramitaba visas para Canadá: “Ella abrió la puerta de su oficina y sale en mi defensa. Le dio una patada al hombre y me lo logró quitar de encima. Éste la miró y ella le dijo: ‘Si quieres robar, llévate lo que quieras, pero no nos hagas daño’. Me quedé paralizado, pegado a la pared asustado y traumado. El hombre se levantó y se fue sobre ella, la agarró del cabello y vi claramente cuando le dio las primeras tres o cuatro puñaladas. La patrona se quería soltar, pero él la tenía bien agarrada del cuello”.
El siguiente movimiento de Reyes fue intentar salvar la vida. Corrió hacia la calle, pero el portón tenía candado: Abrí; quedé pegado en el portón y empecé a gritar que me ayudaran. Incluso en el juicio vinieron a declarar testigos que me vieron pidiendo auxilio. Yo gritaba que había dos hombres que nos querían matar.
Al final los policías lo acusaron de haberla asesinado para robar dos computadoras portátiles: Es tan absurdo, dice.
El tormento
Dos socorristas de la Cruz Roja lo llevaron en una ambulancia al hospital universitario. Estaba en una cama cuando entraron unos agentes ministeriales: “Se metieron unos cuatro o cinco policías. Me dijeron: ‘Mira, hijo de tu pinche madre, tu fuiste, tu la mataste. Y vas a pagar’. Yo les dije: ‘No, señor, no fui yo’. Y otro insistió: ‘Cómo que no, hijo de tu chingada madre, tú fuiste. ¡Confiesa!’”
Reyes gritó debido a los golpes y las enfermeras lo defendieron; de nada sirvió, los policías recibieron refuerzos y lo sacaron del hospital: Eran unos 15. Entre todos me levantaron y caí; me levantaron y me llevaban hacia la puerta, pero llegaron varios médicos a intentar impedirlo. De nada sirvió: me sacaron arrastrando como un perro.
Lo esposaron; iba herido, ensangrentado y durante el camino los ministeriales lo amenazaban para que aceptara que cometió el crimen: “No aguantaba el dolor y dentro de la camioneta me empezaron a golpear: ‘¡Ahorita vas a aceptar, cabrón! Aquí no estás en tu país. Pinche hondureño. Viniste a matar mujeres, cabrón. Y no sabes con quiénes te metiste’”.
Durante tres horas lo atormentaron. Nunca le ofrecieron un abogado, ni le permitieron hablar a la embajada de Honduras, ni le dejaron hacer la llamada a la que tiene derecho. Lo desnudaron y lo fotografiaron. Arrinconado en el suelo, desnudo, llegaron más policías y traían palos. Me empezaron a dar duro en las costillas, en las nalgas, en las piernas; con las cachas de las pistolas me pegaban en la cabeza. Luego lo llevaron a la oficina del coordinador de homicidios, Everardo Rosales: “Entraron todos conmigo y me hincaron ante él. Uno dijo: ‘Dile al comandante que tú la mataste’. ‘No, señor, yo no fui’”.
Continuaron pegándole hasta que intentaron asfixiarlo con una bolsa: Este puto no quiere hablar, dijo uno y mandaron traer una agua con gas “que me echaban en los ojos. Luego otro gritó: ‘Tráete a los de robos porque le vamos a pegar una buena madriza a este puto hasta que acepte’. El jefe gritó: ‘Pónganle la bolsa y madreenlo’. Luego me dijo: ‘Sólo te la vamos a quitar cuando me hagas una seña con las manos de que estás aceptando que tú fuiste. Y si no, allí vas a quedar’. Me pusieron la bolsa. Otros me agarraron los brazos y las piernas, y los demás me golpeaban, me pegaban en mis partes; me humillaron de muchas maneras. Me estaba ahogando. Uno me dijo: ‘Tenemos la dirección de tu casa. Vamos a traer a tu familia y le vamos a hacer lo mismo a tu esposa. La vamos a matar’. Volteé, vi al señor que traía la grabadora y le dije: ‘Yo fui’”.
Apelación, ante el proceso legal viciado
Para Javier Martínez Hernández, abogado de Reyes Ardón, el proceso legal está viciado y muestra completo desconocimiento de las reformas legislativas y del derecho humano internacional: Estamos argumentando la ausencia del juez durante el proceso, los testigos que acreditan la tortura, que no los estudió. Queremos que se le haga un debido proceso y le hagan valer las pruebas a su favor.
La condena de 44 años está en apelación; la defensa promoverá un amparo. Si no hay resultados favorables, agotarán todos los recursos: Creo que él es inocente, particularmente por la forma en que actuó el Ministerio Público. El caso está lleno de irregularidades. Es un ejemplo clásico del mal sistema de justicia, y hay miles.
A Ardón lo visita su madre, María Paz Alfaro Alfaro, quien ha venido de Honduras para estar cerca de él y darle ánimo. Cuenta su historia de niño y muestra sus fotos con orgullo: Nunca hemos pasado un problema de estos. Él es inocente. Aquí me quedo hasta que miremos cómo le ayudamos. No tengo valor de irme y dejarlo solo.

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