Pobreza infantil

miércoles, 30 de noviembre de 2011

  Pobreza infantil

Editorial Diario Tiempo
El problema de la violencia en Honduras viene arrastrándose desde hace muchos años, sin que se le haya dispensado la atención suficiente para, por lo menos, contener su avance.

No es hasta ahora, cuando este fenómeno se volcó en criminalidad y la alarma es general en la población, que la sociedad empieza a formar conciencia a este respecto, aunque casi solamente en lo relacionado con las diferentes modalidades del crimen organizado.

Recientemente se celebró el Día Internacional del Niño, una efeméride creada para destacar la necesidad social de proteger y privilegiar la niñez con políticas de Estado que garanticen su normal desarrollo en estado de bienestar.

Entre nosotros, lo mismo que en todos los países, se tiene el concepto de que el futuro de un país radica en su niñez, y, por lo tanto, la situación de ésta en un determinado momento es el mejor indicador de lo que el porvenir depara a una nación.

También la pobreza es, en concepto universal, reconocida como la peor forma de violencia por su efecto demoledor en todos los derechos humanos y su impacto destructor de la armonía social.

Infortunadamente, cuando se habla de violencia, la idea y la percepción se remite únicamente a la criminalidad, dejando al margen la raíz del problema, que es la pobreza. Hay, por lo tanto, una relación directa entre criminalidad y pobreza.

La mayoría de los países de América Central sufren del cáncer de la pobreza extrema, y, en consecuencia, sus índices de violencia y criminalidad son también extremos, los más altos en el mundo entero.

Entre estos países Honduras se lleva la palma y eso nos mueve a considerar que la lucha contra la criminalidad no aborda, de manera comprensiva e intensiva, el problema de la pobreza, sobre todo de la pobreza infantil.

Las recientes investigaciones de la CEPAL y de UNICEF demuestran el pavoroso estado de pobreza en que se debate la población infantil hondureña, menor de 18 años, cuyo 68 por ciento de ésta —2,4 millones—permanece en dicho umbral.

De esos 2,4 millones de niños y adolescentes, casi el 30 por ciento —700 mil— vive en la pobreza extrema, casi sin comer, desnutrida, sin los servicios básicos, privados de educación y de vivienda.

Los niveles de la pobreza infantil en Honduras son los más graves de la región, pero muy poco inquieta a su clase política y al liderazgo (de alguna manera hay que llamarlo) social. Sirve, eso sí, para el discurso político y para los engaños de la propaganda electoral.

Como la muerte por hambre y desnutrición —con todas las enfermedades que eso representa— es en cámara lenta, de mediano y, a veces, largo plazo, fácilmente se vuelve invisible o se la enmascara con el cosmético de la manipulación estadística por parte de los gobiernos.

Tenemos, entonces, un cuadro que, en su superficie, muestra una sociedad con problemas, pero en vía de desarrollo; satisfecha, aunque preocupada por el excesivo homicidio, mientras, en la entraña, hay toda una población presa de la violencia, del sálvese quien pueda, sin ruta de redención, dispuesta a todo y sin nada que perder, incluso la vida.

Noviembre 26, 2011

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