Oscar Amaya Armijo
A las 11 de la mañana impartía mis clases de Español General, cuando de repente el humo inundó el aula de clase. El ataque fue sorpresivo, brutal. Afuera los estudiantes corren hacia todas las direcciones. Luego la batalla campal, el caos general. Salgo del edificio 4 B y decido retirar mi automóvil del parqueo de tierra que queda contiguo al bosque que colinda con la entrada principal de la Universidad. La batalla campal arrecia, llueve gas lacrimógeno y gas pimienta, zumban las balas de goma y vivas; inicia el incendio en el bosque de pinos y corren peligro los autos de ser devorados por las llamas. Estudiantes, maestros y padres de familia, desesperados comienzan a retirar sus carros. El mío no responde, la batería, descargada. Las llamas se acercan a mi auto, trato de mantener la calma, arrecian las bombas. Busco auxilio. Osman, dirigente de base del SITRAUNAH y estudiantes con sus torsos desnudos, encandilados, me ayudan a retirar el auto de las llamas. Todos comenzamos a sangrar de la nariz, se nublan los ojos, amenaza el vomito, no nos acobardamos, cargamos la batería y salimos. Llevamos los autos a lugar seguro. La batalla continua, nuevamente el sangrado, desmayados aquí y allá, ayudamos a los muchachos; ululan las ambulancias; aparecen los heridos. Consignas, banderas tiradas al viento, estudiantes blandiendo piedras, gritos, ayes, luego otra andanada de bombas, el tráfico congestionado, la universidad se convierte en una trampa, una recamara de gas venenoso, arrecian los estudiantes, otra lluvia de bombas; por la plaza Trino miles de estudiantes se reagrupan y arremeten, la policía retrocede, nuevamente el zumbido de las balas, los golpes secos de las piedras, en fin, el infierno. El calor muerde, las llamas se extienden amenazantes. Luego la calma, el silencio. En el otro lado, en el oriente, las torres de la Basílica de Suyapa me traen a la memoria el humanismo cristiano que impone el régimen a punta de bala viva. Mañana volveré a la universidad a impartir mis clases y no sé si regresaré vivo a casa.
