Oscar Moncada Buezo
El desprecio y agresividad con que durante las últimas semanas el gobierno nacionalista de Lobo Sosa ha reprimido a nuestra población, representada por maestros, estudiantes y padres de familia, organizados para defender la educación Pública, ante la apatía y cobardía general, confirma sin duda alguna lo que muchos hondureños habíamos previsto; el renacer de la Doctrina de Seguridad Nacional. Mientras la democracia avanza y se fortalece por doquier, policías y militares pagados con nuestros impuestos y respaldados por los tres poderes del Estado, en especial a través del gobierno constituido a resultas de la conspiración de 2009, ejecutan impunemente su campaña de odio y represión, sin reflexionar – por su arrogancia y triunfalismo - del grave peligro que se cierne sobre nuestra sociedad ante tal escalada.
La base política e ideológica que da sustento a este gobierno parece haber olvidado la forma sui generis en que llegaron al poder; electo por una clara minoría, en un proceso electoral severamente cuestionado, nacional e internacionalmente; tanto por el proceso mismo, como por la ilegalidad en la constitución del tribunal electoral, pero especialmente porque el Presidente Constitucional de entonces, Manuel Zelaya Rosales, había sido derrocado por los militares con la complicidad del Ministerio Público, la Corte Suprema y el Congreso Nacional [muchos diputados actuales participaron], debiendo permanecer cautivo en la embajada del Brasil, mientras el pueblo era víctima de un estado de sitio que suprimió hasta días antes de las elecciones las Garantías Constitucionales Fundamentales, incluyendo la confiscación y cierre de los medios de prensa independientes opuestos a la conjura.
Es el peso de estas circunstancias, - tan graves – las que todavía tienen en entredicho la legitimidad de este gobierno, por lo cual la comunidad democrática suramericana se niega con vehemencia a reconocerlo, como recientemente lo reafirmó el canciller uruguayo, Luís Almagro, por más que los EUA les presionen, según lo afirmó, [lo que aún nos abochorna a los hondureños bien nacidos]. Al mismo tiempo, ante la falta de reconocimiento local y foráneo, el gobierno intenta recubrir sus actuaciones con ropajes de hipocresías, mentiras y eufemismos, lo que no logra, en virtud de su conducta errática y la naturaleza de sus intenciones, por lo que se convierten en letra muerta en la que nadie cree.
Por un lado, un humanismo cristiano, cuyo basamento ideológico, ciertamente confuso, promueve el individualismo y la reducción del papel del Estado, mientras defiende y exalta al capitalismo, agregando principios cristianos a su denominación, más de palabra que de convicción, y sólo para engañar a bobos e incautos, dado que jamás se supo de un partido político extremadamente conservador – por lo menos en nuestro medio – cuyo objetivo fuese “mejorar la vida humana misma, haciendo posible que todos vivan en la tierra como hombres libres y gocen de los frutos de la cultura y del espíritu”, tal como lo expone dicha doctrina.
Además, subestiman nuestra inteligencia al seguir promocionándose como “El Gobierno de Unidad Nacional”, mientras su desconocimiento de las condiciones de vida del pueblo y de la dinámica social les impide, siquiera inferir, las consecuencias de hasta dónde puede llegar el descontento popular si continúan reprimiendo los reclamos sociales con la impudicia con que lo hacen, dada su incompetencia y falta de voluntad para resolver la enorme crisis política, económica y social que amenaza destruir lo que queda de país.
Si bien asistidas por hombres, estas marchas son en su mayoría acuerpadas por mujeres de todas las edades y por jóvenes, quienes se ven impotentes ante los salvajes y cobardes ataques de miembros de la policía y del ejército, liderados por jóvenes y viejos oficiales, quienes en el cumplimiento de “su deber” ante sus superiores [verdaderos beneficiarios de los mendrugos que arroja nuestro corrupto sistema político y económico] olvidan sus orígenes y en virtud de la alienación a la que son sometidos, son capaces de herir y matar sin el menor remordimiento, como ya lo hicieron al provocar la muerte de la profesora Ilse Ivania Velásquez, o al lesionar a los periodistas Richard Casulá y Salvador Sandoval, por mencionar a los más conocidos, sin quitarle el mérito a esos hondureños anónimos vejados por la paranoia nacionalista.
Hace algunos años, durante el gobierno de Ricardo Maduro, [político nacido en Panamá, llevado a la presidencia por nosotros mismos, después que se tomó las calles para ser inscrito y sin que se le atacase como hoy se agrede a verdaderos hondureños] conversando con un amigo nacionalista, le manifestaba que era peligroso para el equilibrio de la sociedad que se destruyera el movimiento magisterial, por representar el último sector organizado que teníamos; hoy, al recordar su opinión al respecto, consistente en un tajante “mejor todavía, entonces hay que acabarlos rápido”, no me queda duda alguna, acerca de las reales intenciones de este gobierno nacionalista producto del golpe de Estado; acabar con la oposición organizada a toda costa para que las élites continúen usufructuando lo que no les pertenece, y de paso, allanar el camino para permanecer en el gobierno dos períodos consecutivos más…. Por fortuna para todos, no lo lograrán.