Oscar Amaya Armijo
Los honrados, en este país, son criminalizados, gaseados y garroteados, por el ejército y la policía.
Sin embargo, los asaltantes que llegaron al IMPREMAH se robaron más 5 mil millones de lempiras y vino la policía y el ejército y en vez de capturarlos los protegió con sus fusiles y armas químicas.
Llegaron los maestros a las oficinas del gobierno a reclamar los miles de millones que le adeudan al IMPREMAH y, en vez de honrar la deuda, la policía y el ejército, los recibió a punta de bala viva.
Aquí el crimen organizado tiene tomado este país, pero el ejército y la policía no dice este tolete es mío; en cambio, cuando los maestros exigen el cumplimiento del Estatuto del Docente, son perseguidos con saña como si fueran los más perversos truhanes del bajo mundo.
Aquí viene una banda de extranjeros y se roba las tierras del bajo Aguan y nadie dice nada; pero cuando los campesinos exigen esas mismas tierras como suyas, entonces corre el ejército con sus tanquetas y los persigue con la misma furia de un perro rabioso.
Una banda de extranjeros se robó el país, sus instituciones, sus recursos, sus iglesias, su cultura, y nadie dijo nada; pero vino el maldito Frente Nacional de Resistencia Popular a exigir respeto a la soberanía; entonces, el ejército y la policía y lo persiguió con la misma saña con que se persigue a un perro sarnoso.
Aquí apesta a cocaína y nadie dice nada, pero cuando los estudiantes exigen educación pública, viene el ejército y la policía y les aplica la táctica de tierra arrasada como que si aquellos fueran los peores forajidos del país.
Aquí las mujeres exigen un mejor trato y en vez de corresponderle en sus demandas aparecen descuartizadas en cualquier recodo de un camino.
Buscas refugio en la iglesia, entonces el curita de la Basílica te acusa de demoníaco por andar en las protestas; en cambio, bendice con el cuerpo de Cristo a los asesinos que se sientan al frente del altar mayor.
Aquí los medios golpistas elevan a héroes nacionales a los sicarios; en cambio, condenan de ñángaras apestosos los pobres obreros que se atreven a pedir un salario mínimo digno.
Qué terrible: aquí se fomenta el odio contra los defensores de los derechos humanos; no obstante, el asesino y el ladrón son venerados con la misma beatitud de un Cardenal.
Aquí, en Honduras, diez familias, protegidas por el ejército y la policía, viven en la opulencia a costa de los recursos naturales, mientras el resto de los hondureños viven como pinches velones.
En fin, el hondureño es un paria en lo que antes fue su país; en cambio, el oligarca ladrón que vino del desierto, es un honorable oficiante del humanismo cristiano que profesa el gobierno.
Aquí, en Honduras, todo funciona al revés, porque existen hondureños traidores y malnacidos que como peces lisos y babosos, aún nadan en las aguas de la oligarquía.